Centro de Medellín, Colombia |
Caminaba
por las calles del centro de la ciudad, calles olorosas y sucias, acompañada de
una horda que giraba en diferentes direcciones; me dirigía hacia mi refugio,
quizá el único lugar que me aleja de las lógicas citadinas, pero se me acerco
una imagen… la veía acercarse lentamente por mi espalda, era una sombra que el gentío
evitaba; se que las caras de las mujeres refinadas se estremecían al verlo
pasar, los hombres lo evadían con sus miradas amenazantes, y las sombras pedían
no cruzarse con el reflejo de este sujeto. Sin embargo, yo no pude evitarla, mi
espalda no tiene ojos, solo presiente fantasmas y energías de sujetos que se
alejan al pasar, pero jamás ha visto de manera factible. Al no poder esquivar
esa presencia, se adelantó tres pasos míos, me miró fijamente y de su boca
salió una saliva lenta y pesada dirigida hacia mí; ¡era un escupitajo!, blanco,
espumoso y sobretodo denso, cargado sin sentido pero con toda la razón que no
puede evitar solo un cuerpo invisible, despreciado y apagado en medio de la
ciudad.
La cosa semilíquida,
quizá hasta gel, se escurría en mi cara, mientras yo asustada y enfrentada a
una situación inimaginable, yacía parada enfrente de este señor, sin ningún
movimiento, estaba sola, pues la horda insistía seguir su camino en múltiples
direcciones, y los dos representábamos solo una situación absurda del centro de
la ciudad. Por un momento pensé que iba a ser abordada por otras personas, pero
no, nadie se interesó en mí, era igual de invisible al sujeto que me había
escupido, entonces decidí retomar unos pasos atrás y quedarme mirándolo, sin
limpiarme el fluido flemoso de la cara, sola y contemplativa frente a la cara
de mi adversario, y preguntarme ¿quién eres para escupirme?.
Realmente
la historia no llevó ningún escupitajo, devolvámonos unos segundos. Mientras
caminaba por la muchedumbre para acercarme paso a paso a mi refugio, un
hombrecito con un largo recorrido en este mundo se me acercó, hizo que retirara
mis audífonos de mis oídos, y me preguntó que si podría regalarle un pan y un
café; yo solo sonreí, no puedo evitarlo frente a cualquier situación que
amenice mi día ya sea por miedo, alegría, tristeza o conmoción… acercándonos a
la tienda me dijo que no parecía de aquí, cosa que me molestó, pero igual
compramos lo debido y con un “buen día señor” me aleje de su presencia. Esa
despedida que refleja cierto deseo de buena vida quizá se materialice o tal vez
no, puede que caiga, se tropiece o sea atropellado y nadie este para ayudarle,
tal vez decida ir por un callejón y se encuentre con un grupo de machos que decidan
hacer justicia a la mejor manera de esta ciudad, o tal vez encuentre en algún
parque o espacio “público” un evento que lo entretenga y lo saque de su
realidad.
Yo, sola,
entre a mi casa y sentí la sensación de una baba densa y sucia que me jalaba la
cara hacia el piso, me gritaba algo pero por ser inanimada no le quise prestar
atención, y en resultado del asco propio, no por la baba inexistente que
colgaba en mi cara, me descargue una vez más en la cama preguntándome ¿quién
soy para decirle un “buen día señor”?.