Mientras
leía la suerte de los verdugos en el clásico de Foucault “Vigilar y castigar”,
me preguntaba como habría sido la vida de estos sujetos que parecían tener un
detestable poder, sin embargo eran el alicate para la construcción de una
maquinaria –una que fortalece el poder de un soberano. Dejando que un ambiente onírico
se acercara a mi de manera pronta, y la
lectura pasaba a un segundo plano, imaginaba una escena sobre la posible vida común de un sujeto como este:
Sabiendo de la suerte del verdugo de Aviñon, el verdugo de un pueblo muy
lejano se preocupa por los rumores que escuchaba acerca de los pecados y los
malos usos que este había cometido al ejecutar tres presuntos criminales.
Se acerca su hija de 5 años con una de sus muñecas desabridas, la
levanta hasta los hombros de su padre que esta sentado mirando hacia el suelo, y
sonríe. El verdugo, cambiando la tonalidad de su piel pálida a colorada,
levanta su mirada al objeto arropado con vestidos de duendes y empieza a dibujarse
una sonrisa en su cara. La niña es un respiro para su vida pública; y aunque
nadie sabe que él es la mano que hace efectivo el castigo, el conoce su
condición y le remuerde algo que no ha definido su religión.
Se levanta, coge de la mano a su hija, y van al patio que está ubicado
en la parte trasera de su casa. El sol calienta y las flores se sienten
deshidratar. Ahora se escuchan risas de una pequeña y la sombra de un pequeño
humano viaja de arriba abajo; el verdugo y su hija dan vueltas hasta cansar.
Minutos después entran a la cocina, se sirven un poco de leche, y
mientras la niña inocentemente bebe del vaso, el verdugo se prepara para un
teatro más en el pequeño pueblo. Recoge sus botas, levanta una tula y comienzan
los pasos fuertes hacia su lugar de trabajo.
Resulta una
visión anacrónica sobre el entendimiento de la vida privada para determinada época
donde el verdugo era una imagen relevante para el mantenimiento del orden, -cobijado
por una manta legal; y aunque me susurran un sin número de inquietudes que deja
la encrucijada modernidad, creo que pasados los años, el alma, el espíritu o la
potencia (como le quieran llamar), siempre encara una dimensión interna con la construcción
del exterior.