domingo, 3 de marzo de 2013

Un verdugo


Mientras leía la suerte de los verdugos en el clásico de Foucault “Vigilar y castigar”, me preguntaba como habría sido la vida de estos sujetos que parecían tener un detestable poder, sin embargo eran el alicate para la construcción de una maquinaria –una que fortalece el poder de un soberano. Dejando que un ambiente onírico se acercara a mi de manera pronta, y la lectura pasaba a un segundo plano, imaginaba una escena sobre la posible vida común de un sujeto como este:

Sabiendo de la suerte del verdugo de Aviñon, el verdugo de un pueblo muy lejano se preocupa por los rumores que escuchaba acerca de los pecados y los malos usos que este había cometido al ejecutar tres presuntos criminales.

Se acerca su hija de 5 años con una de sus muñecas desabridas, la levanta hasta los hombros de su padre que esta sentado mirando hacia el suelo, y sonríe. El verdugo, cambiando la tonalidad de su piel pálida a colorada, levanta su mirada al objeto arropado con vestidos de duendes y empieza a dibujarse una sonrisa en su cara. La niña es un respiro para su vida pública; y aunque nadie sabe que él es la mano que hace efectivo el castigo, el conoce su condición y le remuerde algo que no ha definido su religión.

Se levanta, coge de la mano a su hija, y van al patio que está ubicado en la parte trasera de su casa. El sol calienta y las flores se sienten deshidratar. Ahora se escuchan risas de una pequeña y la sombra de un pequeño humano viaja de arriba abajo; el verdugo y su hija dan vueltas hasta cansar.

Minutos después entran a la cocina, se sirven un poco de leche, y mientras la niña inocentemente bebe del vaso, el verdugo se prepara para un teatro más en el pequeño pueblo. Recoge sus botas, levanta una tula y comienzan los pasos fuertes hacia su lugar de trabajo.

Resulta una visión anacrónica sobre el entendimiento de la vida privada para determinada época donde el verdugo era una imagen relevante para el mantenimiento del orden, -cobijado por una manta legal; y aunque me susurran un sin número de inquietudes que deja la encrucijada modernidad, creo que pasados los años, el alma, el espíritu o la potencia (como le quieran llamar), siempre encara una dimensión interna con la construcción del exterior. 

martes, 26 de febrero de 2013

Tipología de una fiesta en una cuadra de San Eduardo.


Hay un fenómeno urbano que es único de la ciudad de Cúcuta y más exactamente en el barrio San Eduardo.

Existe una clase de habitantes que al carecer de zonas comunes se les presenta el siguiente caso y pongo un caso muy específico como ejemplo.

Como protagonista esta el vecino, quien reparte invitaciones del 15 años de su hija a diestra y siniestra en toda la cuadra sin importar edades ni sexo; pues de esta forma persuade a todos comprometiéndolos eufemísticamente de no llamar a la policía por el alto volumen de la música y por obstaculizar la única vía de acceso con un carro modelo Dodge Dart con el capó levantado, como si se hubiera varado y esto hubiera excusado el hecho para hacer una fiesta. ¡Pero qué carajos! Igual, ya todos somos parte de la fiesta, ¿no?

Es una fiesta poco glamurosa, de mesas Rimax, Ron con Coca-Cola y pasabocas de huevos de codorniz en salsa rosada se reparten; también galletas de soda con Diablitos.


La música está a cargo del inmortal tecnomerengue de Miguel Moly y todos sus secuaces a quienes declaro públicamente de ser unos de los culpables de mantener a Cúcuta estancada en los ochentas.

En lo particular yo encuentro estas reuniones hermosísimas por que que cada vez que regreso a casa es como conducir un Delorean al tiempo antes de que el mundo me pusiera corbata y sin los problemas de continuidad espacio-tiempo que estos viajes pudieran generar.



viernes, 22 de febrero de 2013

El celadorsinradio por Helbert Becerra

Si me preguntan por Luis Fernando, diré que está en el ojo del huracán, en la sombra de los días, en la casa de la araña.


Ilustración: Marci López

Metido entre ropas, calvo como un preso alimentándose de avena, fruticas desiertas y dulces como los besos de la mujer que no pudo tener. De aquella silenciosa foto que se hizo fiesta en el corazón del lobo. 

Un lobo melómano a cuadra y media del abismo, lejos de las zapaterías y de los consultorios odontológicos; pero bueno así va la sinécdoque, la parte por el todo aullador, las gafas negras y el traje que caminando hacia el trabajo van.