viernes, 6 de mayo de 2011

UNA NOCHE CON CARLOS

Carlos es de esos amigos que siempre que abre la boca dice algo que no se puede negar. Es como si fuera un diccionario andante, aunque para él tal vez seria un insulto que lo encajaran en una descripción tan monótona y cuadriculada como la función que cumple un diccionario; es mas un poeta “errado” (como dice él), siempre teniendo la frase sencilla pero con mucha complejidades en ella.

El aventurero, le digo yo a él. –Carlos tú eres mi amigo aventurero. Y no es una mentira, siempre tiene historias donde sus pies nunca paran y sus ojos son viva imagen del siempre espectador, observador, extraño que acompaña al pavimento de la ciudad o del campo.

Hace unos minutos me dejaba en la puerta de mi casa con un fuerte abrazo, siempre fraterno el cool Carlos, realmente mi personaje en esta nota. No quiero que sienta que es parte de solo una historia, realmente es mucho más que una imagen preconcebida para las delicias de los lectores. En el hecho de dejarme, yo decidía minutos antes, mientras caminábamos bajo la luz artificial del centro de Medellín, junto a la sombra de muertos que acompañaban nuestra noche, escribir sobre mis interpretaciones de sus ideas y decires.

Sorpresivamente recibía la llamada de Carlos y decidí huir de mis responsabilidades para acompañarle a tomar una cerveza. Encontrándonos en los bajos del Colombo Americano, llevaba mis aletas a la casa de mis abuelo y de allí nos dirigimos a una de las calles más estigmatizadas de la zona central de Medellín. Ubicados cerca del “periodista”[1], nos sentamos en la orilla de la cera o andén, a hablar y tomarnos nuestras “chelas”. Carros y motos pasaban cercanos a nuestros pies mientras contaminaban el aire que respirábamos. Un poco de salsa se escuchaba en el fondo, y algunas personas pasaban por nuestro lado.

Tantas cosas efímeras[2] salían de la boca de Carlos, que quería grabarlas, hacer de investigadora y guardarlas en un aparato para analizarlas y traerlas con hermosa lírica y buenos sonetos. Pero lastimosamente, como el mencionó, soy una persona muy metida en mi mundo y me quedan pocos recuerdos de frases que realmente me gustaría citarles.

El cool Carlos mencionaba el triste panorama que nos rodeaba, sin árboles y bajo una nube llena de smog; sé que le da rabia y desespero no sentirse rodeado de la “madre tierra”.

Así que decidimos caminar, subimos por aquella calle gris, rodeada de viejos y nuevos edificios, y de repente me invitó a sentarnos un rato en un restaurante-bar llamada Mar y Cuba, donde olía a costa y se escuchaba salsa. Tras sentarnos frente a una ventana por la que se podía ver el espectro de la noche bajo la luz imponente de un poste de luz, más la brisa rozando a un par de árboles viejos sembrados cerca del cemento.

Sentados allí, muchas ideas buenas e iniciativas salían de nuestros cerebros. Me recuerda una imagen perturbadora de un anime llamado “Arjuna Girl. The Earth girl”, en ella salía de las bocas de los seres humanos infectados por la razón un demonio que contaminaba su ser y el entorno que los rodeaba. Realmente no me sentí de esa manera, ni vi a Carlos como un ser que vomitaba los perjuicios de la razón. Sólo que parecíamos un par de demonios planeando nuestra próxima travesura, expulsando el vomito del mañana a través de sueños viajeros y llenos de arte, o como lo veo lo más libertario del mundo, donde las figuras esperan ser tomadas y expuestas a la realidad de los ojos.

Aunque Carlos quiere ser un aventurero a los 30 años, para mí ya lo es, así que he decidido verlo como algo que a él le fascina y perturba a la vez, un místico. Y en cierta forma se ha convertido en un ser lleno de misticismo, comparte muchas palabras con los sentimientos y las pasiones, que hasta parezco una absurda imagen vacía tratando de llegar a lo que me quiere exponer. Exposición de lo que es él, una persona con muchos demonios, es lo que me lleva a decir: ¿Cuántas noches realmente se viven con un Carlos en una ciudad llena de miedo y lógicas societales?



[1] Parque ubicado entre las calles Maracaibo y Caracas, al lado de una casa llamada Profamilia, donde se sientan armoniosamente punketos, metachos y otros seres extraños a tomar, cantar, hablar y fumar; pero sobretodo acompañados por la acogedora compañía de la fuerza púbica.

[2] Efimero en el sentido de momento fugaz, genial pero lleno de rapidez.

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